PAULA ALCOCER

Nací en Salamanca, Guanajuato, el 25 de septiembre de 1920, pero a los cuatro años me fui a Estados Unidos con mi familia. Allá, en la primaria obtuve un premio en escritura y me regalaron una antología de poetas de habla inglesa. Ese libro que aún conservo fue de mis primeras lectura. Regresé a México cuando tenía doce o trece años. Estudié y me recibí en la Universidad de Guanajuato de química farmacéutica y ahí me quedé como maestra. En 1953 me vine a Guadalajara sola con mis dos niños y me ofrecieron trabajo en el Instituto Cultural México Norteamericano. Fui pionera en la enseñanza del inglés para niños. Hace dos años me dieron una medalla por ese motivo.
Yo nunca he sentido la necesidad de que me publiquen. Yo escribo porque siento la necesidad de escribir. Yo sabía que si no escribía me moría. En 1962, la Universidad de Guanajuato me publicó Párvula voz. A raíz de ello yo recibí una carta de Enrique González Martínez, a quien no conocía personalmente; fue tan halagadora que sentí escalofríos y lloré. Después me envió un libro de él con una dedicatoria muy hermosa. Cuando llegué a Guadalajara, Emmanuel Carballo aparentemente conocía mi libro, porque fue el primero que habló de ello y en uno de los números de Ariel me publicó un poema: "Ariel enfermo”.
Yo no pertenecí a ningún taller, porque entonces no los había. Nos juntábamos a las tres de la tarde a tomar un café en el café Nápoles y eso era todo. Trabajaba desde las ocho de la mañana hasta las siete de la noche. Con mi trabajo, les di una carrera a mi hijo y a mi hija; los dos son profesionistas. Después me jubilé y ya no trabajé; ya entonces habían crecido mis hijos. Y aquí estoy en la casa, leyendo siempre y escribiendo, como siempre, por las noches.

Libros de poemas: Párvula voz, Guanajuato, Universidad de Guanajuato, 1950. Poemas, Guanajuato, El gallo pitagórico, 1951. Entre la fiesta y la agonía, Guadalajara, Casa de la Cultura Jalisciense, 1960. Muerte en junio, Guadalajara, Ediciones del Gobierno de Jalisco, 1980. Aún hay sol en las bardas, Guadalajara, Secretaría de Cultura de Jalisco, 1996. De la vejez y otra alborada, Guadalajara, Secretaría de Cultura de Jalisco, 1999. Tiempo de ángeles, Guadalajara, Secretaría de Cultura de Jalisco, 2000.

Otoñal

CALIÉNTAME TÚ AÚN, SOL DE MI TARDE,
y en mi sellado corazón derrama
el oro de tu lumbre,
porque en tu lumbre se derrita y arda,
porque en tu lumbre el corazón avive
su puñado de brasas
y duerma al fin, cuando la noche llegue,
soñando que tu luz dora y traspasa,
flechas de eterno sol,
piedra, paisaje y alma.

La puerta

¡CÓMO EN LO OSCURO, CADA VEZ MÁS TRISTE,
se va quedando sola, cerrada para siempre,
la doble cárcel muda de la puerta!
¡Cómo en la estéril libertad del aire,
en la clausura ciega
de la estancia porfiada y taciturna,
la dividida rosa de mi vida
vanamente golpea!

Vanamente, sola y sin soledad,
hasta que el corazón, único ya
y desnudo al fin, aprenda
la inmóvil plenitud que habrá de abrirle,
a solas y en lo oscuro,
la rosa verdadera.

Esperanza

AGUARDO TODAVÍA;
aguardo aún, alta de hogueras y de signos,
dócil de llanto y de preguntas ciegas.
Aguardo en esas horas oscuras y secretas
cuando en la carne un ángel negro ofrece
testimonios de heridas infalibles,
y entre emplazada muerte y predicción de auroras
una aciaga vendimia de arenas y ataúdes
las sienes extasía.
Cuando los nombres duelen
como un muro de gritos y fantasmas terribles
y en la tierra vencida de los hombres sin alas
aran lentas, unánimes espinas,
la noche y el silencio.
Aguardo aún, endeble caña en éxtasis,
de pie sobre mis ruinas.

Porque escucho la isla
solitaria y distante del reposo
crecer como remanso de nubes amantísimas
entre el sueño y el alba.
Y la oigo crecer y levantarse,
relámpago de playas,
y diestra en llanto y sales a socorrerme
con la fresca merced y el refrigerio
de un ala sosegada.

Este sueño insumiso

ELLA, LA OTRA QUE ME HABITA,
la que vela, loca, ataúdes vacíos
y dice palabras que yo ignoro;
la que su duro cautiverio exalta
con fiero don de lenguas
y en el pecho, ejército de heridas,
le combaten el sueño y la tormenta;
la que puede llorar aún
cuando yo callo,
ella, la mujer que me habita,
ciega sufre mientras yo la miro
con mi rostro prestado
y mis ojos discípulos fieles de las piedras.
y yo le digo:
“Quedémonos aquí;
dura milicia, interminable guerra
son sólo nuestros días,
puerta de polvo el corazón sin ecos.
Quedémonos aquí, ya quietas,
y que la ruina acabe
por comernos los huesos”.
Un pulso de fantasmas lento enfría
el licor de mis sienes,
pero ella, la otra que me habita,
llora rebelde aún, y huye,
y a su sueño insumiso mis palabras
son endebles barricadas de arena.

El regreso

YO VENGO DESDE UN LEJANO PAÍS
situado al borde eterno de los ríos
con mis ojos adultos y mi sueño,
a guerra y claridad predestinada.
Vengo a habitar la orfandad de las piedras,
a gritar mi palabra en el silencio
de los muros hostiles;
vengo a buscar mi rostro en los espejos
de las habitaciones olvidadas
y en las furtivas máscaras que el sueño,
preceptiva de polvo y rebeldía, inventa
sobre el rostro más cerrado y fiel
de la ceniza.

Una secreta enemistad de espadas y presagios
borra hallazgo y retorno, y me defiendo apenas,
a duras potestades dada en servidumbre:
he venido a llorar mi soledad
en las ciudades extranjeras,
he venido a llamar en los opacos
aldabones enlutados,
a romperme los puños en el polvo
de las aras desiertas
y en los ciegos cristales
invadidos de muerte y de maleza.

Junto a extranjeros ríos, junto a las piedras lloro
el perdido solar de mi patria intachable,
la sólida privanza de aquel sueño
distante y poderoso.

Contra inhóspitos muros y contrarios cielos
me revuelvo en vano
y en vano mi dolor tercamente golpea
su pálida palabra en los escombros.
¡Ay, pero mi nombre me será devuelto,
la intransferible angustia de mi nombre
de enamorado polvo y ángel sometido!
Y en la obediente soledad de este viaje de plomo
escucharé de nuevo
la palabra secreta que me cierra el paraíso.

BENJAMÍN SÁNCHEZ ESPINOZA
FR'ASINELLO

N
ació en Guadalajara el 6 de enero de 1923. Es sacerdote desde 1957, y durante años impartió cátedra de literatura universal y española. Fue secretario particular del arzobispo de Guadalajara. Su Romancero de la vía dolorosa se representa cada año, en Semana Santa, en Guadalajara.

Libros de poemas: El romancero de la vía dolorosa.

 

El poema del amor invencible

I
NO SÉ POR QUÉ TU AMOR HURACANADO
que se inició como furtiva brisa
hoy, en mi soledad, me martiriza
con ardores de incendio desatado.

¡Nunca le satisface lo entregado!
Con cada donación crece la prisa
por convertir en fuego y en ceniza
lo que de mí me queda reservado.

¡Unión es el amor...! ¡y me divide!
Introduce en mi ser el desacuerdo:
queriendo no querer, lucho y porfío;

resisto siempre a dar lo que me pide,
y en la estéril fatiga en que me pierdo
ni acabo de ser Tuyo, ni soy mío.

II
ARRANQUÉ DE MI TIERRA LOS CAMINOS
para que no copiaran tu llegada;
sembré de sal el alma desolada
y circundé mi predio con espinos.

Soñando con borrar de mis destinos
el espejismo azul de tu mirada
amurallé mi vida enamorada...
mas todos fueron vanos desatinos.

¿Para qué defenderme si en el día
séptimo de tu asedio, mi muralla
de humo y soledad se desvanece?

¿Y al presentir tan sólo tu armonía
el corazón elude la batalla
y mi desierto, a su pesar, florece?

III
NI ME APROVECHA HUIR, PUES MIENTRAS HUYA
conmigo vas, hecho temor y espuela.
Tuya es el ala con que el alma vuela
Y la distancia donde vuela es Tuya.

Cansancio no hay en Ti, que disminuya
Tu vigilia de amor, oh Centinela,
y mi miedo tenaz, que te recela,
no tiene para cuándo se concluya.

Mas, ¿para qué volar hora tras hora
si Tú vas en mis ojos esculpido
y tu latir, punzándome por dentro?

Aunque llegue a las playas de la aurora,
en la frontera misma del olvido
vuelvo a sentir la llaga de tu encuentro.

IV
PARA OLVIDAR TU AMOR VOY POR EL RÍO
de la caducidad. En este viaje
cada minuto nace otro paisaje
para luego perderse en el vacío

No ha de poder el desconsuelo mío
anclar el corazón bajo el ramaje
de algún sauce de paz; el oleaje
no concede demora ni desvío!

En torno a mi pavor desaparece
—engaño repetido a cada instante—
un transitorio mundo sin provecho...

Sólo, sobre la margen, permanece,
con inmovilidad alucinante,
de tus Divinos Ojos el acecho.

V
YO ME DIJE: —QUIZÁS EN LA FLORESTA
de la noche y la lluvia, mi sendero
pueda ocultarse ante su pie ligero...
y penetre a la oscuridad funesta.

Allí donde la noche se recuesta,
donde tiene su patria el aguacero,
vi agonizar el último lucero
sobre el peñón más alto de la cresta.

¡Oh qué engaño fue entrar en el tremendo
bosque de oscuridad, donde perdidos
tus amores creí tras de los montes...!

Cuanto más en la sombra íbame hundiendo
—luz en mis ojos, canto en mis oídos—
más me invadió tu amor sin horizontes.

VI
AQUÍ ESTOY, A TUS PLANTAS. INDEFENSO
en el círculo de oro de tus llamas;
ave sin vuelo ya: pez sin escamas,
herida rosa, derramando incienso...

No acabo de temer; pero comienzo
a desear la Lumbre en que me inflamas;
comienzo a darte ya lo que reclamas:
mi vida y muerte en holocausto inmenso.

Todo fue por demás en el acoso
de tu Amor que intentaba capturarme:
Muralla, Noche, Vuelo, Lejanía...

Mi corazón en el umbral del gozo
sólo espera que acabes de tomarme.
¡Ganaste Tú, mas la ganancia es mía!

VII
¡Y NO QUISE GRITAR...! ABRÍ LA MENTE
y el alma entera al inflamado río,
y por mi cauce desolado y frío
irrumpieron tus Llamas en torrente.

Creí morir bajo el caudal ardiente...
Bajó tu Soplo hasta el espanto mío
deshaciendo las llamas en rocío,
pero dejando al alma incandescente.

En aquel ofertorio sin medida
en que la muerte te entregué y la vida,
me sorprendió la aurora de azucenas

y cuando, absorto, proseguí mi viaje
y retornó la noche a mi paisaje,
¡tu propia luz manaba de mis venas!

VIII
CON ESTA LLAVE QUE AL LLEGAR ME DISTE
para abrir la Mansión de tu Hermosura,
cerré la entrada hacia la noche oscura
y la abrí a los fulgores que encendiste.

La soledad de mi recinto triste
se me llenó de luz y de dulzura,
el corazón te espera en su clausura
mientras de un gozo nuevo se reviste.

Bajo la paz azul del medio día
entra conmigo: cerraré la puerta,
ya que el alma, por Ti quedó vacía.

Y en este desearte con que vivo
la mente nunca a decidir acierta
si soy tu carcelero o tu cautivo.

IX
YA UN CIRIO DE SUAVÍSIMOS FULGORES
nace de mis recónditos panales,
y ya están abatidos mis trigales
al paso de invisibles segadores.

Ángeles, en el alba, viñadores,
exprimen mis racimos otoñales
y baja de mis altos manantiales
agua que sabe a miel y huele a flores.

Ya subes, Blanco Amor, la escalinata
para iniciar su místico martirio...
La sinfónica lluvia se desata;

y yo sobrecogido, en la estupenda
Liturgia, soy el pan y soy el cirio,
soy el agua y el vino de la ofrenda.

X
SOBRE TU MISMA CRUZ, CRUCIFICADO;
con tus mismos dolores, dolorido,
Te tengo entre mis manos renacido
y me siento nacer de tu costado.

Tu rostro está en mi rostro dibujado.
Tu voz suena en mi boca, mi latido
en tus flores de fuego está encendido
y todo estoy en Ti transfigurado.

¡Qué me queda de mí si ya la hoguera
del Paráclito ardió sobre mi muerte
con una claridad desconocida...!

¡Mi vivir eres Tú! De esa manera
ni podrás de mi vida deshacerte
ni podré separarme de tu vida.

Jesús se abraza a la cruz

ACÉRCATE, BIENAMADA,
la de los brazos abiertos.
A ti corro enamorado
con un ciclón de deseos.
Tengo sed de tu regazo
para morir en silencio.
Amada, la presentida
desde los montes eternos,
la elegida por el Padre
para el Varón Unigénito,
eres morena de sol
y tienes olor a cedro;
yo pondré sobre tus hombros
el lino en flor de mi cuerpo
y un rojo manto prendido
con cinco rosas de fuego;
¡divino traje de boda
en el abrazo supremo!
Ven a mis brazos, Amada,
la de los brazos abiertos.
Bajo la noche del odio
iremos por el sendero
relampagueante de gritos
y enraizado de tropiezos:
¡que el amor siempre camina
por sendas de sufrimiento!
Cuando estemos en la cumbre
unidos los dos y quietos
en holocausto humeante,
transverberados de fuego,
una nueva epifanía
alumbrará Tierra y Cielo.
Serás llamada Señora
y Madre de muchos pueblos.
Vendrán a ti con sus dones
los reyes del mundo entero.
Con tus brazos extenuados
serás rosa de los vientos
que conduzca caminantes
a mi Corazón abierto.
Los que a Mí quieran venir
tendrán que amarte primero.
Salgamos y ya, Bienamada:
la de los brazos abiertos.

I

MI SOLEDAD HUMILDE, MI SOLEDAD SOLTERA
en donde a nadie busco, donde nadie me llama:
la soledad del hombre sin risa y sin cartera
me cubre suavemente de musgos y de lama.

Ruina soy; como ésas de olvidada cantera,
caídas entre flores, dormidas en la grama,
que en torno suyo sienten arder la primavera
y son incombustibles a la divina llama.

Con sus aguas la lluvia, con sus polvos el viento
me enseñaron lo inútil de todo movimiento
al cubrir con su alterna caricia mi costado:

por eso, aquí en lo inmóvil de mi silencio verde,
donde todo se gana, donde nada se pierde,
espero la llegada del viajero cansado.

V

LA NOCHE ERA UN ENJAMBRE SONORO DE LUCEROS
cuando, como columna de rosas y hermosura,
llegó el Señor esbelto: la luz de su figura
nimbaba de canciones la paz de los senderos.

“Hombre de piedra —dijo—, tus labios agoreros
quiero que se consagren a mi alabanza pura:
Yo sembraré en tu pecho la lumbre que perdura,
y trocaré en espinas la flor de tus linderos.

En el oscuro pórtico de alguna vieja ermita
te fincarás ahora, como un nuevo estilita,
orando sobre el sueño febril de la ciudad”.

(Yo bebí la dulzura del mandato divino,
sintiendo que en mis venas amanecía un destino,
y dije: que se cumpla su santa voluntad...)

VI

AQUÍ ESTOY, CON MIS MANOS ETERNAS EXTENDIDAS,
en el jardín de piedra sagrado y vertical;
en torno a mí las frondas, las vides esculpidas
con frenesí barroco, despeñan su caudal.

—Inquilino del aire—, las nubes encendidas
lindan con mis cabellos; y mi voz mineral
interpreta el idioma de las piedras dormidas:
a través de mis labios, canta la catedral.

Aquí estoy, piedra inmóvil sin estirpe ni historia,
—extranjero a la tierra, lejano de la gloria—:
las músicas del mundo confluyen en mi voz;

bajo la ilustre cúpula de la noche y del día,
mi corazón oscuro, con serena armonía,
recita interminable la alabanza de Dios.

JORGE VEREA PALOMAR

G
uadalajara, 8 de diciembre de 1929.
Nací bajo el tañer de la campana mayor del templo de la Trinidad que cantaba gozosa las doce del día. Crecí con la musicalidad del verso, en el ritmo, el metro y el sentimiento amoroso de la voz de mi madre que me hablaba de las rimas de Bécquer, los decires y cantares de los Machado y la diversa temática sentimental de Nervo. Más tarde me encontré con López Velarde y me embriagué en los gitanos romances y la profunda voluptuosidad de los temerarios vientos de García Lorca. Años, muchos años después “Árbol adentro” de Octavio Paz. De ahí mi fijación (en pensamiento y sentimiento) por encontrar los diversos sentidos del tiempo y de los tiempos. Tiempo de relojería y de calendario; de ayeres y mañanas; de nuncas y siempres. El tiempo de temporales bañados con aguas de ires y venires, lluvias de ardientes calores y vagas tristezas. El tiempo del ser y estar. El tiempo infinito que habrá de encontrarse afuera del tiempo.

Libros de poemas: Tiempos y vientos, Guadalajara, Ediciones Amaroma, 1997.

 

Camino

La temporada es tiempo de quehaceres
limitados entre tiempos;
la tempestad es tiempo que se envuelve
en agua y se agita en viento
Luis Jever

EL TIEMPO ES EL CAMINO
que comenzó en el siempre
y acabará en el nunca.
La vida es el momento:
presente en la conciencia
del camino que nace
mucho antes de nacer.
El camino es la vida:
autodescubrimiento
de los tiempos sin muerte
en que el Amor se anida.

Temporalidad

INFINITESIMAL
paréntesis del tiempo.
Vivencia de vida que se vive
en una eternidad.
Casual casualidad
del grano de arena o de mostaza.

Hombres de barro y lodo
se agitan bizantinamente
en una cabeza de alfiler
en busca de los ángeles;
aguja de un espacio hecho en pajar;
farol que alumbra adentro
(afuera es la oquedad
del tiempo sin principio y sin final).

El tiempo son espacios
sin voz y sin resquicios
de instancias terminales.
Vive a tiempo, hacia adentro,
tu tiempo temporal
y deja al tiempo su ser de eternidad.

Veintisiete
En el agua del lenguaje seamos criaturas
transparentes y no calamares que se esconden
en su tinta de palabras
Juan José Arreola

SON SÓLO VEINTISIETE
las que, uniéndolas y revolviéndolas,
abarcan el total de las palabras
en donde habitan todas las ideas.
Veintisiete.
Ahí está mi nombre
y el tuyo y el de ella
y aquel que nadie nunca ha pronunciado.
Ahí, enredados,
los hombres que existieron
y aquellos que olvidó la historia.
Ahí mis hijos, mis nietos y mis tatarabuelos;
los tiempos soñados,
los años perdidos
y el reencuentro de todas las memorias;
los sonidos que inventan los jilgueros
y los siete colores encontrados.
Veintisiete.
Alfabeto de signos y sonidos.
Veintisiete:
sólo tres más que nuestras horas diarias,
dos vocales menos que días en las semanas
y miles de años-luz en ráfagas de estrellas.

Presencia

EN LA MESA DEL TIEMPO
que la vida revive y eterniza,
la invisible presencia
en la palabra viva
(uva-sangre, cuerpo-trigo )
en mutación de fe se magnifica.

La nave de aquel templo, cruz y cielo,
construida en sonetos triangulares
se midió con las líneas que en las sílabas
pronuncian alabanzas a lo eterno.

Y amor, dolor, aliento y cielo
conjugan sus vertientes
en ese altar del tiempo
que el Todo abarca y todo glorifica.

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